10.13.2005

MI MEJOR ENEMIGO O TARTAROS EN LA PATAGONIA


El imaginario bélico ejerce una extraña fascinación en el mundo civil, algo similar a lo que ocurre con la pornografía dura en algunos estratos del mundo académico: como si aquellas imágenes operarán a un profundo nivel de renuncias civilizatorias y adiestramiento conductual, proyectando sobre nosotros una sombra de aquello perdido en el campo de batalla social en donde pasamos de lobos a perros y de depredadores a criaturas psicológicamente complejas.


En el imaginario cinematográfico las imágenes de la guerra, la caoticidad abyecta de las matanzas y sus diversas e inagotables variaciones, como el enorme potencial estético de la muerte del otro han ocupado un lugar preponderante en nuestra construcción perceptual de la aventura bélica. Con diversas cargas de efectividad visual , acentuando los tintes en la épica tanto en su carácter de proyecto de construcción del héroe modélico e hierático – sustentado por la psicología neoclásica de un Charlton Heston y actualmente sustentada por un iluminado Mel Gibson– o como en el diseño de una figura de ribetes ladinos en la encarnación del héroe aventurero – en la línea de Erroll Flyn o el Harrison Ford de la trilogía de Indiana Jones - o en el proceso reflexivo-moral del absurdo bélico desde el propio ejercicio físico del combate – con los personajes de Lee Marvin o Matthew Modine- . Cada filme construye su propia imagen de su héroe y la verosimilitud del combate.

Con Mi Mejor Enemigo, Alex Bowen se vincula a otro espectro del combate y sin embargo no deja de lado los códigos básicos del género como : la dosis de “efecto realidad” adecuada para no provocar la desconfianza del espectador informado en los asuntos bélicos por innumerables filmes de temas afines, la presencia de un grupo humano que permita la identificación concreta con los personajes centrales y con sus problemáticas más allá que podamos compartir sus discursos ideológicos, y la presencia de una serie de operaciones de combates con disparos, explosiones y cuerpos maltratados que le otorgan las necesarias conexiones con el género.

Una esquina de Santiago en 1978 es la astuta manera de Bowen para esquivar el pesado lastre de la recreación histórica con sus excesos económicos y su obseso apego a la verosimilitud histórica. En instantes la ciudad queda atrás y nos topamos con el inmenso y casi fordiano paisaje patagónico, cientos de miles de kilómetros chatos y casi sin vegetación, una tierra azotada por el viento con reminiscencias al desierto absurdo y alienante diseñado por Zurlini y Buzatti en el filme de 1976 “El desierto de los tartaros”, en donde un regimiento espera con angustiosa impaciencia el ataque de los míticos tártaros en un enfrentamiento aplazado durante décadas.

El pequeño destacamento diseñado por Bowen se desplaza con lentitud por esta tierra de nadie y que a nadie parece interesarle realmente, el asunto es la ocupación, la motivación militar más básica y el sentido de la propiedad más obvio que emplaza una nación desesperada e insegura, abarcar la tierra como si fuese posible domesticarla y cercarla. La irracionalidad a niveles de ramplona lógica de dominio. Un grupo de hombres que parecen salidos de una vieja película de John Ford como “La patrulla perdida” (1934) o “Los tres padrinos” (1948) llevados a una guerra irrealizada en un contexto físico que los rebasa con creces: un chilote que camina con dificultad, un prepotente conscripto repleto de clichés patrióticos, un oficial que intenta construir el estereotipo del rudo soldado, un joven protagonista que anhela a una mujer que apenas conoce y que parece no comprender la situación en que se encuentra, e incluso una pequeña perra que deviene en mascota del grupo como aquellos animales que seguían a los regimientos de caballería en los filmes de Ford.


Un grupo de jóvenes militares insertos en un conflicto que nunca estallará del todo y que sin embargo están al interior de una guerra encubierta en donde ambas naciones acometen con brutalidad en contra de los civiles. La guerra sucia parece no existir, y al no instalar el proceso de entrenamiento o las relaciones con los oficiales Bowen evita cualquier inserción en el contexto político del filme, en ese sentido es como si se construyera la película sin tener como antecedentes a obras como “Full metal jacket” (1987) aunque si posee cierta cercanía con ciertos elementos de “Band of brother” (2001) en cuanto a algunos elementos de la cotidianeidad bélica pero